Cuando llegué al teatro, lo hice viendo las obras de Jairo Anibal Niño. Pareciera que en los años ochenta no había ciudad en Colombia o festival donde, por lo menos, un grupo de teatro, independiente, universitario o de algún sindicato, no tuvera montado en su repertorio un Monte Calvo, un Sol Subteráneo, o una Madriguera, obras en las que yo mismo actué. De hecho, esta última obra, "La Madriguera", es la que me hizo tomar la desición de meterme en este recoveco laberíntico, en este sortilegio contenido en un acertijo que aún no descifro y que tal vez nunca atine a develar y en esto está la magia, en esta tarea tan absurdamente lógica, tan ardua y divertida que significa hacer teatro.
La literatura para niños que alcanzó a escribir Jairo Anibal Niño buena parte de su vida, y digo "que alcanzó", porque estoy seguro que hubiera escrito mucho más, de hecho siempre sospeché de él que tenía una caja de historias en cada una de sus neuronas, esa literatura tan íntimamente niña-adulta que es lo que más se conoce de él, se convirtió en su pasión, en su forma de vida, en su única realidad. Su vocación era contarle a los niños y me refiero a todos los niñós, incluidos los niños grandes de bigote y las niñas mamás que recordamos que alguna vez fuimos niños y nos volvemos niños, sobre todo cuando leemos sus cuentos y poemas para nosotros, los eternos niños, que nos gusta perdernos en la selva con Zoro, que soñamos con hacerle un gol a la alegría del querer y despedazar el cuaderno de nuestra amada para verlo navegar como una flota de dulce venganza en la los ríos de la lluvia que ocultan el llanto secreto de los niños celosos. (Una confesión: "la alegría del querer" es el libro que más he regalado. Se lo he regalado a quien amo, sin ocultarlo.)
Era un placer oírlo y verlo hablar, con su apariencia y su voz suave de inmortal abuelo. Recuerdo que doña Gloria Valencia de Castaño le preguntó en una entrevista cuándo comenzó a escribir y dijo algo así como que la primera vez que escribió, se inventó el cuento de un feto que navegaba en el cosmos de un mar de placenta y acariciaba las estrellas maternas. En la misma entrevista, le preguntó la doña de la televisión colombiana sobre cuál era el momento más feliz de su vida y él respondió que era cuando se enfrentaba al campo de batalla de una sopa y veía cómo caían sobre ella los bombardeos de pan migado, invadían los guerreros de la cuchara y ganaban la guerra al monstruo del hambre. Así era él, un niño que se negaba a envejecer.
Los anecdotarios de Jairo Anibal Niño son de una variedad increíble. Tengo presente uno que me contó un exfuncionario del Ministerio de Cultura, cuando comenzaron con la modalidad de proyectos de creación. Jairo Anibal Niño llegó con un papel escrito de su puño y letra, lo puso sobre el escritorio del funcionario y esperó. El funcionario leyó algo así como: "soy Jairo Anibal Niño, tengo el proyecto de escribir otro libro de cuentos, gracias". Naturalmente (porque la naturaleza de los funcionarios es así de absurda) no le aprobaron su proyecto a quien llegó a escribir por lo menos cuarenta libros.
Mi vida no pudo pasar sin haber hablado, por lo menos una vez, con Jairo Anibal Niño. La oportunidad se presentó en 1995, cuando trabajaba en la obra "Calarcá La Ira de Lulumoy", dirigida por Javier Bejarano, en Ibagué. Él dictaba una conferencia sobre el amor y la literatura en el INEM de esa ciudad. Lo escuché con la boca de mi espíritu abierta y esperé hasta el final. Me presenté, le dije que quería hablar con él, que había actuado en tres de sus obras y no alcancé a decir más, me invitó a sentarme un momento con él. Al conocer sobre la obra que estabamos montando, me dijo: "Calarcá es el jaguar y el jaguar es el corazón peludo de un niño rebelde". Compartí mi charla con los otros actores del elenco y sentimos que la obra tuvo más calor desde ese día.
Para despedirme de Jairo Anibal Niño, voy a reproducir, ilegalmente, uno de sus poemas de "La Alegría del Querer", aunque hay un permiso expícito del mismo autor, cuando cuenta que un vendedor de helados en un pueblo de Santander contaba sus historias y decía que eran de él, del heladero. Él, Jairo Anibal, fue hasta ese pueblo, lo escuchó contar sus historias y cargado de alegría le preguntó de quién eran. El mercader de sabores congelados le respondió categóricamente "mías". Niño le dijo que él era el escritor, pero el narrador de cremosas historias le enrostró que cuando un escritor es leído, sus cuentos ya no son de él y él, Jairo Anibal Niño, lo aceptó...
Do
Re
Mi
Fa
Sol
La
Si
¿Sí?
Sí. Si setienen cariño.
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