martes, 5 de noviembre de 2013

La Independencia de Cartagena: conmemoración y carnaval


Sin profundizar tanto en la historia (la tradicional y la revisada), hay un hecho innegable y es la importancia de la presión del pueblo raso, de la turba enardecida, acompañada por los lanceros de Gimaní, en la presión para la toma de decisión política del Cabildo de Cartagena, aquel 11 de noviembre de 1811, y así declarar la independencia absoluta de la Provincia de Cartagena ante el régimen español, y es eso lo que se celebra, lo que es motivo de conmemoración y carnaval: la participación del pueblo en el magno acontecimiento de la historia de Cartagena.


En la conmemoración caben las puestas florales en los monumentos, por ejemplo, en los bustos de los mártires del Camellón, esculpidos en homenaje a los hijos de las familias prestantes fusilados por el régimen del terror de Morillo y entre los cuales faltan los cientos y tal vez miles de héroes populares, igualmente ajusticiados por pertenecer a la Revolución independentista de Cartagena (son nueve los mártires homenajeados, en contraste con los 6000 caídos); en la conmemoración caben también los discursos de los mandatarios políticos y gerenciales de Cartagena, Bolívar y Colombia; y caben, no faltaba más, las paradas militares, porqué no.

Pero en el Carnaval no cabe nada de eso. Las Fiestas de la Independencia de Cartagena se desligan de la pomposa y hueca celebración oficial, incluso se contraponen y hasta la parodian en medio de disfraces y comparsas de carnaval, las cuales no pueden confundirse con las comparsas Rio de Janeiro wannabe, sino que son expresión pura del pueblo. 

El Carnaval tampoco puede ser reemplazado, como se ha pretendido (y logrado) durante medio siglo, por la figura del reinado de bellezaimpuesto por las familias prestantes de Cartagena (en la que la ya mencionada proporción 9:6000 se ha quedado corta, tal vez pudieramos hablar de 9:60000), reinado de belleza que al mismo tiempo reemplaza la figura de la falsa coronación, propia del Carnaval, si nos atenemos a las investigaciones de Bajtin, y que aquí se configura una doble negación: la coronación falsa de la diosa libertad que se realizaba como real en el carnaval tradicional pero luego es falseada por una reina de belleza, desvirtuando la idea original del Carnaval, por lo que le correspondía al Carnaval mismo volver a parodiar, a desentronar (de nuevo Bajtin) a la nueva diosa coronada y aparece el Reindado Popular, con sus singulares anécdotas que resaltan el ambiente de lo ridículo, propio del grotesco y del Carnaval. Pero incluso ese reinado ha sido falseado y se ha convertido en una versionsita del otro, el de las élites, en un Miss Cartagena wannabe y el Carnaval necesita ya, retomar elementos satíricos para volver al curso de la parodia que produce catarsis de todo un pueblo.


Algunos de esos rasgos satíricos permanecen en las imitaciones a las diosas coronadas de la farándula mediática: la Celia Cruz con sus exageradas nalgas, la Shakira del festival del burro o la travestida, son ejemplo de la grotesca que no pierde el carnaval. Incluso el demencial vandalismo que aqueja los días de las fiestas de noviembre, como se conocen popularmente, no es otra cosa sino el desborde del apaleamiento del que habla también Bajtin, que debería suceder dentro del Carnaval, como sucedía antes, con los encapuchados y sus paleras, con las batallas de buscapié que se daban en los lugares indicados y entre los que querían participar (hasta un tanque de guerra para las batallas de fuegos artificiales hubo en los años 20). Hoy se ha salido de cauce y es donde, en lugar de catarsis, encontramos resentimiento.

El Carnaval fue revitalizado en su significado durante casi una década en una combinación de esfurezos entre la sociedad civil y la administración pública local que duró hasta la paradójica llegada al poder de un alcalde de raíces populares que se desdibujó en el populismo. Todo el trabajo de un grupo de intelectuales y gestores culturales se vino al traste ante la falta de visión, conocimiento y voluntad de la última administración. Pero el más reciente cambio de administración, hasta el momento, no ha cambiado las cosas, por el contrario, pareciera enraizar más la vuelta a la negación del verdadero espíritu de la celebración de las Fiestas de la Independencia.

En el ámbito teatral, el que más nos compete, recordamos la participación del gremio teatral, articulado sobre la figura de ADITEICAR en las puestas en escena de "La otra Independencia", "La fundación de Cartagena o Pedrito el Camorrero" y "Pregones desde el arrabal", obras de Carlos Ramírez Quintero, las cuales ocuparon los escenarios históricos donde se dieron los acontecimientos allí representados desde la óptica de la farsa, otro de los elementos propios del Carnaval. El público participó alegremente y estuvo muy atento a lo que allí se decía, nada anquilosado en el pasado, sino actualizado a la realidad actual de su momento: un Pedro de Herdia que prometía "corazón grande mano firme", un vigía que gritaba: "Aguas de Cartagena a la vista"; pero además, un relato que permitía a cuatro personajes populares narrar los acontecimientos de la Independencia, justo en el momento del festejo del 11 de noviembre de 1811, lo que permitía el despliegue del Carnaval en plena escena. Curiosamente, la anterior directora del IPCC censuró esta obra porque no podía permitir que fuera contada por unos borrachos.


Desde este rincón en el que soy cabeza de ratón, propongo sacudir la cola de león que es la administración de la cultura en Cartagena y algunos allí colgados para que desde ya se trabaje en un nuevo aire a esa revitalización de las Fiestas de Independencia que dejaron huellas que hoy pretenden ser borradas. Nos hacen falta más representaciones carnavalescas, farsas y bufonadas que equilibren la imitación de los carnavales fashion. Nos falta un virrey monigote que diga, por ejemplo,  "la tal independencia, no existe" ante la presencia de cientos de lanceros, nos hace falta desentronar y apalear a quienes pretenden negar la expresión viva y sana del pueblo que es el carnaval.

WILLIAM HURTADO GÓMEZ

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